HISTORIAS

Personas refugiadas y migrantes se unen a la lucha contra el plástico en Ecuador



Frente al estigma y la desinformación, estas personas refugiadas y ecuatorianas en la Amazonía, la sierra y la costa se han unido como guardianes del medio ambiente para sacar los materiales reciclables de las calles y construir comunidades resilientes.

Maura Guzmán* mira por la ventana de su casa para ver el clima que hace esa mañana. Hacía días que llovía y ella empezaba a resfriarse después de haber salido a trabajar bajo una lluvia torrencial. Con las nubes aún lejos, se puso el uniforme y empujó su triciclo por las calles. Maura es recicladora en la ciudad norteña de Lago Agrio, enclavada en la región amazónica del Ecuador, fronteriza con Colombia.


“Yo salía a caminar por la vía y enseguida veías las fundas negras, el cartón así, un montonero de que antes decían basura. Ahora decimos no es basura, es reciclaje”, dijo la refugiada colombiana de 47 años quien, junto a la asociación a la que hace parte, anda por las calles y negocios todos los días para recoger plástico, papel y otros materiales. “Si no hiciéramos esto, quedaría el basurero como antes”, añadió.


Maura no había trabajado en el reciclaje en su vida antes de verse obligada a huir de su país, pero para ella preservar el medio ambiente siempre ha sido una prioridad. “Yo era patrona. Tenía mis fincas, sembraba plátano, yuca. Tenía mis gallinas, mis chanchos”, explica. Pero, desarraigada de su Colombia natal por la violencia y la persecución, encontró en su nuevo hogar un medio de vida y una nueva pasión, a pesar de las largas jornadas laborales y el estrés del trabajo.

Sin embargo, lo que le resulta más agotador no es pasar horas y horas recogiendo y organizando plástico y otros materiales, sino el nivel de desinformación y estigmatización que rodea a las personas que se dedican a este oficio. “Al principio, la gente nos gritaba 'mira, ahí vienen los de la basura, muertos de hambre'. Nos despreciaban sin saber el servicio que hacemos por ellos y por su planeta”, afirmó Maura.


A pesar de los apodos, estas y estos recicladores están comprometidos con su vocación. “Nos gusta limpiar el planeta porque tanta contaminación ha causado demasiadas catástrofes”, dice Galo Flores, un ecuatoriano de 44 años que vive en Tulcán, en la sierra andina del norte del Ecuador. Él y su asociación de refugiados y ecuatorianos empiezan el día a las 6 de la mañana hasta casi medianoche para asegurarse de que las calles y los ríos estén libres de plástico. “Tenemos que aguantar que nos vean mal, pero estamos haciendo un trabajo satisfactorio”, añade.


Para personas como Maura y Galo, reciclar no es sólo una forma de ayudar a preservar el medio ambiente. A través de asociaciones en todo el país, personas refugiadas, migrantes y ecuatorianas trabajan juntas para crear un sentido de pertenencia y construir comunidades resilientes, al tiempo que ayudan a mantener sus familias con un ingreso estable. En medio de un contexto de creciente violencia, mantener a las comunidades unidas es más importante que nunca.

Con el apoyo de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados, socios y municipios de varias ciudades, se están creando y formalizando asociaciones como las de Maura y Galo para ayudar a fomentar la pasión por la acción climática, reforzar el liderazgo comunitario, y fortalecer las economías familiares mediante enfoques colaborativos. ACNUR también ha prestado apoyo para que las asociaciones dispongan del equipamiento necesario, como carros, triciclos y uniformes, y para garantizar el conocimiento de cuestiones clave como la protección internacional, la prevención de la violencia de género y la gestión de recursos.


“Las personas refugiadas y ecuatorianas encuentran en el trabajo colaborativo la posibilidad de generar ingresos en entornos protegidos, una base importante para proteger su dignidad y promover su autosuficiencia”, explica Daniela Navas, Oficial de Medios de Vida de ACNUR en Ecuador. “La asociatividad genera confianza en la comunidad y abre otras oportunidades, como involucrar al sector privado y a los municipios para que apoyen los esfuerzos de recolección y reciclaje”. Estas iniciativas van mucho más allá de ayudar a estas personas a llegar a fin de mes y se han convertido en una oportunidad para que comunidades enteras se abran a la integración, fomenten la concienciación y el aprendizaje sobre el reciclaje, y mejoren la protección del medio ambiente.


“Hemos aprendido a reciclar, pero sobre todo me ha servido para enseñar a mis hijos a preservar el medio ambiente”, comenta Yara Acosta, recicladora venezolana de 32 años en Guayaquil, ciudad del suroeste de Ecuador, que está empezando a colaborar con una asociación de su barrio, apoyada por ACNUR y sus socios. “Mi hija ahora va a la escuela y enseña a sus compañeros a reciclar”.


Ecuador alberga una de las poblaciones más grandes de personas refugiadas de América Latina, y la cuarta en número de refugiados y migrantes venezolanos en la región. Aunque las comunidades de acogida han mantenido durante décadas su solidaridad con las personas forzadas a desplazarse, este país es propenso a sufrir catástrofes naturales y otras consecuencias negativas del del cambio climático, cuyo impacto afecta profundamente a la población local, y críticamente a las personas refugiadas y migrantes.


Este año, 23 provincias del país se han visto afectadas de alguna manera por el aumento de las lluvias vinculado al fenómeno de El Niño, incluido un reciente aluvión en la ciudad de Quito, así como por el aumento de las temperaturas. La mayoría de las zonas afectadas alberga a un número importante de personas refugiadas y migrantes.

A nivel regional, los efectos del cambio climático se han intensificado en algunos países en las Américas, lo cual no solo ha agravado la situación de las personas forzadas a desplazarse y de las comunidades en riesgo de desplazamiento, sino que también ha exacerbado su vulnerabilidad, provocando a menudo otros episodios de movilidad humana. En varias ocasiones, este impacto se ve reflejado en el acceso a alimentos y servicios vitales como el agua potable.


Mantener las calles, los bosques y los ríos limpios de plástico y otros materiales es clave para reducir el impacto de las altas temperaturas, las lluvias torrenciales y las catástrofes inducidas por el clima. A través de las asociaciones de recicladores, estas personas refugiadas, migrantes y ecuatorianas se aseguran de que esos productos tengan un segundo uso más positivo para el planeta, como guardianes del medio ambiente que operan desde las sombras.


“Poco a poco estamos acabando el mundo nosotros. La ciudadanía no piensa en el futuro de los nietos, bisnietos. La tierra es de todos y para el beneficio de nosotros. Debemos ponernos la mano en el corazón y tratemos de cuidarlo. Me gustaría ver un planeta limpio, no contaminado que (todos) puedan respirar aire puro”, añade Maura mientras se dirige al centro de acopio, ahora que la lluvia le ha acortado su turno de trabajo.

*Nombre cambiado por motivos de protección.


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